sábado, 12 de marzo de 2011

La Mujer de las Rosas de Medellín




En el año de 1997 a Héctor Lorza se le ocurrió la idea de llevar a escena “Alguien Desordena Estas Rosas” (Cuando el amor se niega a morir) un cuento de Gabriel García Márquez. Invitó a un amigo para que hiciera la dirección, a los sobrinos y a mí, para que  interpretara el personaje de la Mujer de las Rosas, y así actuar en su compañía.
En el proceso de montaje, leí por primera vez “Cien Años de Soledad”. Me sumergí en las letras de García Márquez donde “Las cosas tienen vida propia [...], todo es cuestión de despertarles el ánima." Seducida por la imagen de la pasta del libro, Ursula sentada en una silla de madera con la mirada cabizbaja y las manos recogidas. Entraba en aquella casa vieja y encontraba el jardín saturado por la fragancia de las rosas, el canto de la alondra en el laurel, la callada respiración de las rosas, José Arcadio amarrado al tronco del castaño encogido en un banquito de madera, el daguerrotipo de Remedios con una cinta negra terciada, un hondo silencio oloroso a flores pisoteadas, olores a flores muertas, rosas, marchitas. Abrí puertas y ventanas, y me encontré con los recuerdos de mi infancia: Entre el aroma de las azucenas frescas que cultivaba mi abuelo Julio Enrique y las torticas de chócolo que preparaba mi abuela Ana de Jesús, nos reuníamos entre risas y abrazos al son de un bambuco viejo que tocaba en su guitarra mi bisabuelo José Dolores. Fueron tiempos felices y añorados. Esta obra me revivía los recuerdos, el amor de aquellos seres que no puedo, ni quiero olvidar jamás. Desde la eternidad se hacen presentes en la casa arruinada de la mujer solitaria, la mujer de las rosas, la vendedora de rosas rojas y blancas, la casa donde los muertos no quieren partir y siguen envejeciendo con la añoranza de los vivos, la casa donde la soledad y la melancolía de los muertos enloquece la cordura de los vivos, donde al amor no le puede ni la misma muerte, la casa donde alguien desordena las rosas.
Sin lugar a dudas la obra fue todo un éxito. Allí en el sótano de una casa antigua, revivimos los recuerdos, los personajes fantasmas, las rosas, una historia al estilo del realismo mágico de Gabo, donde no faltaron los aplausos, las felicitaciones, el silencio y hasta las lágrimas fueron un motivo de encuentro. Nunca nos imaginamos que la traición, la envidia, la codicia y la ambición, se fueran apoderar de su amigo, quien sin contar con el autor de la idea original Héctor Lorza, salió del país con nuestra obra y se pavoneo por toda la ciudad y el país, lucrándose y afamándose con una idea que nunca se le ocurrió.

Así permanecimos en silencio, continuamos con nuestras creaciones pero fieles a la idea de reencontrarnos en el escenario para sobrevivir esta obra maravillosa que habíamos inventado. En el año de 2007, inicié una campaña de denuncia, ya que mi dignidad como mujer, como artista y como protagonista desde hacía diez años en Teatro El Fisgón, no podía seguir soportando tal afrenta. Yo, que recogía las flores putrefactas de los rincones en las afueras del cementerio San Pedro, yo, que propuse la estructura del pasar del tiempo al final de la obra, al envejecerme y terminar sentada en una mecedora con un ramo de rosas, mirando la imagen de José Arcadio Buendía (Héctor Lorza) envejecido y atado al castaño. No podía seguir permitiendo que la verdad se muriera tan callada, socarrona y vil, sin derecho a la justicia y a la reparación.

En ese intento, la verdad era vista como una mentira y la mentira aplaudida como una virtud. Pese a nuestros detractores, aduladores de la farsa, logramos hacer memoria de algo que nos querían hacer olvidar, como la creación artística de “Alguien Desordena Estas Rosas” (Cuando el amor se niega a morir), una de las obras más hermosas que se le ha podido ocurrir a Héctor Lorza, quien aún en la marginalidad y las dificultades más adversas, ha invertido su tiempo, su dinero, su amor y su pasión al arte, ofreciéndonos obras como Mi Barrio Historia de Amor, La Reconstrucción (Teatro de Vecindad), La Zorra Roja, entre muchas más, dejando a Medellín, a Colombia y al mundo, una dramaturgia y un repertorio escénico que se asoma a los confines de los barrios y nos narra los sentimientos, pasiones, defectos y virtudes, de una clase social marginada y olvidada por la sociedad, tal vez en la contradicción como terminara Gabo su obra culmen, de una estirpe condenada a cien años de soledad que si tendrá por fin y para siempre, una segunda oportunidad sobre la tierra.

No hay que esperar Lorza, el día que ya no estés en este mundo de vivos, para reconocer que eres un verdadero Maestro de las artes escénicas y de la dramaturgia urbana colombiana. “Porque a nadie le quitan lo bailao”.



Mónica López
La Mujer de las Rosas 
    

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